domingo, 1 de octubre de 2006

Irmandiños: A Revolta - Crónicas de un mercenario (II)

Y continuamos con las crónicas mercenarias de la partida de rol en vivo. Aquí están las vivencias del Sábado 23, sin duda, el mejor día del juego por todo lo que vivimos.

  • Ducha fría y desayuno frugal
Hay que dar las gracias a la organización porque el sábado por la mañana nos dejaron dormir a placer, en vez de obligarnos a pegar el gran madrugan que muchos nos temíamos. Yo me desperté a las 10 y cuarto y estuve remoloneando un rato antes de despertarme del todo. Con todo, yo necesito una ducha por la mañana, porque sino no soy persona, así que fiel a mi estilo me fui a explorar en búsqueda de las duchas móviles que la organización había dispuesto para nosotros en la zona de los antiguos hornos del castillo. Al llegar me descubro que solo hay 3 duchas para hombres y tengo cola por delante. Pero lo peor fue que tras esperar casi media hora me llevo la desagradable sorpresa de que el agua caliente solo llega para los primeros afortunados y me toca ducharme en agua fría. Los que hayáis estado en partys ya sabréis que el agua de las duchas móviles suele salir "fresquita" cuando se acaba el agua caliente del calentador. Pues bien, la de estas duchas no estaba "fresquita", estaba muy, pero que muy fría, así que más que ducharme, solo me mojé lo mínimo necesario para asearme...
Una vez se hubieron duchado todos subimos al patio de armas a saber qué nos iban a dar para desayunar. Segunda sorpresa desagradable de la mañana: no hay café, ¡ALARMA! NO HAY CAFÉ. Personalmente creo que fue de los pocos fallos importantes de la organización. El café es fundamental... En vez de eso nos daban una bolsita a cada uno con: una manzana, un mini-croissant, una magdalena, un brik de 330 ml de batido de chocolate y otro de zumo, ambos de Eroski (eso si que fue una gran elección, y sí, lo digo en serio).
Poco después del desayuno nos llegan informes de que los Irmandiños preparan un ataque al castillo...

  • La Batalla del Cruce
Ante esa información, rápidamente nos reunimos para que nuestros jefes nos den las órdenes pertinentes. Como pensábamos que los Irmandiños llegarían enseguida al igual que ocurrió el viernes por la noche estabamos bastante emocionados, y también atemorizados, ante la perspectiva de luchar contra ellos ya mismo, con el consiguiente riesgo de morir ya el sábado por la mañana. A pesar de saber que todo era un juego y que todo estaba preparado de antemano el nerviosismo y la tensión se podían respirar en el ambiente y nos sentíamos casi como si fueramos verdaderos mercenarios preparándose para defender el defender castillo.
Los soldados de Zúñiga fueron enviados a defender la Atalaya, mientras que los de Fonseca y los mercenarios nos encargaríamos de las proximidades del castillo. Sorprendentemente, los Pepinos y los Valientes de Corso fuimos elegidos, junto con un comando de Fonseca, para defender el punto II. Y digo sorprendentemente porque los Bárbaros de Conan y Archeron, con unos tíos mucho más aptos para el combate que nosotros (y lo digo sin ánimo de menosprecias a los Pepinos, que somos la ostia), se quedaron en la puerta trasera del castillo, justo detrás de nosotros, como reservas para reemplazarnos a los que fueramos cayendo en la defensa del punto II. Este punto era estratégico porque constituye un cruce donde confluyen dos caminos de acceso al castillo. Por suerte, las instrucciones que nos transmitieron los jefes eran de retirarse del combate en cuanto nos quedáramos con 2 puntos de resistencia. Por supuesto, de forma ordenada, de uno en uno y avisando siempre al resto del grupo, el que estuviera herido tenía que correr hacia el castillo para poder ser curado por la menciñeira, y sería reemplazado por alguno de los hombres de los comandos de reserva.
Con estas instrucciones nos situamos en el punto II. El plan inicial era simplemente colocarse en línea abarcando toda la superficie del camino de acceso para evitar que pasaran los Irmandiños de modo que inmediatamente nos pusimos en formación dispuestos a todo. Las sensaciones que teníamos en esos momentos eran casi como si fueramos a entrar realmente en batalla: incertidumbre, nervios, temor, miedo al combate y a la muerte... Pero, el hecho de estar con nuestros compañeros de armas nos infundía también una cierta confianza en nosotros mismos. En cierto modo sentíamos la misma tensión anterior a la batalla que sintieron los defensores del castillo en 1469 y que a lo largo de la historia han sentido todos los guerreros, soldados, mercenarios, etc. que han luchado en un campo de batalla.
Sin embargo todo estos sentimientos (hay que ver lo lírico que me ha quedado el párrafo anterior) duró solo un rato, para dar paso posteriormente al aburrimiento ya que los Irmandiños no aparecían por ninguna parte. La tensión dio paso al relax y el esparcimiento, lo que originó una buena bronca de Pimentel que bajó a echarnos la bulla por estar tirados en el suelo mientras esperábamos... Gracias a todo ese tiempo de espera a alguien -que no se quién fue, pero dada la genialidad seguro que fue un mercenario- se le ocurrió una idea brillante: preparar una emboscada. A la derecha del camino de acceso había unos helechos bastante frondosos y ahí se ocultaron 6 mercenarios y 3 soldados, preparados para salir por sorpresa en cuenta los comandantes gritaran "¡Lume!". Desde que acabamos de preparar todo el asunto de la emboscada aún tuvo que pasar algo más de media hora hasta que aparecieron los Irmandiños. Si algo aprendimos ese día es que esperar a los Irmandiños es muy, muy aburrido. En ese intervalo, parte de los Irmandiños atacó la Atalaya que fue defendida con gran valor por los soldados de Zúñiga.
Tras la larga espera, al fin apareció corriendo por el camino nuestro explorador que nos informó de que ya venían los Irmandiños. Así que todos nos dispusimos a formar en línea, prestos para el combate. El Comando Pepino forma el flanco izquierdo y los Valientes de Corso el flanco derecho, quedando el comando de soldados de Fonseca en el centro. De nuevo, nos embargan todas las emociones previas a la batalla, aunque esta vez sí, aparecen los Irmandiños por el camino. El primer encuentro acentúa nuestro miedo y a la vez nuestra confianza en la victoria, pero sobre todo, lo que sentimos al tener frente a frente a los Irmandiños por primera vez son una ganas tremendas de zurrarles y machacarlos.
A pesar de lo que nos temíamos por lo que nos habían dicho, el número de Irmandiños que aparecen no es superior al nuestro. Ambos ejércitos nos tanteamos con gritos y amagos sin que nadie se decida a atacar al enemigo. Varios se aproximan mucho a los helechos y por un momento todos pensamos que se iban a dar cuenta de la trampa. El peor momento fue cuando uno de los Irmandiños llegó a estar a menos de 2 metros de una de las mercenarias emboscadas que se dejaba entrever bastante entre la vegetación. Pero la suerte estuvo de nuestro lado y no les dio tiempo a descubrir la trampa hasta que fue demasiado tarde. Al final, tiene que ser un Irmandiño algo loco el que primero se atreve a lanzarse al combate. De repente muchos se unen a él y cargan contra el flanco derecho nuestra formación con la intención de romper la línea. Justo cuando empiezan a cargar contra nosotros, alguien se debió acojonar mucho y empezó a gritar "¡Lume!", seguido casi al instante por casi todos menos por los comandantes, que eran los teóricos responsables de dar la señal en cuanto lo consideraran oportuno. Respondiendo de forma perfecta, al grito de "¡Lume!", los emboscados salieron de los helechos furiosos y agresivos. La idea original era que al salir pudieran atacar a los Irmandiños por la espalda antes de que se dieran cuenta de lo que estaba pasando. Sin embargo, como la señal se dio un poco precipitadamente, salieron de los helechos justo por el lateral de los Irmandiños que se habían quedado rezagados respecto al grupo principal que inició la carga contra nosotros. Así pues, en lugar de pillar a los Irmandiños por la espalda, los pillaron de lado pero, una vez más la suerte estuvo de nuestro lado y pese a que se gritó "¡Lume!" antes de tiempo, la sorpresa de los Irmandiños fue mayúscula y no tuvieron tiempo de reaccionar. Las caras de los Irmandiños que pudieron ver salir a los emboscados y cargarse a sus compañeros fue antológica. Sin duda los pillamos totalmente en bragas. Entretanto, nuestra línea aguantó el envite Irmandiño sin muchos problemas. Con la carga inicial, el flanco derecho de la línea tuvo que retroceder un par de de pasos, pero enseguida los nuestros retomaron la iniciativa y recuperaron la posición rechazando a los atacantes. Por su parte, los emboscados que han salido de los helechos se van cargando con las dagas y con las espadas a todos los Irmandiños que habían quedado descolgados del grupo principal. Los Pepinos, al ver que nadie ataca nuestro flanco, hacemos un amago de flanquear a los Irmandiños que luchan en el flanco derecho de nuestra línea. Sin embargo, en ese momento, ya todos son conscientes de la emboscada y al ver que la derrota es inevitable comienzan a huir. Ante eso, los Pepinos rompemos la línea y nos lanzamos directamente a por los Irmandiños que aún resistían, pero al ver que vamos a por ellos echan a correr como descosidos. Pero teníamos demasiadas ganas de zurrarles como para dejarlos escapar tan fácilmente así que corrimos tras ellos en una alocada persecución en la que golpeábamos sin ton ni son a todos los Irmandiños rezagados. En una de estas, tanto Miguel como yo le dimos un toque a uno que iba corriendo tras los Irmandiños con ropas negras y amarillas, y que efectivamente resultó ser el hijo de Zúñiga. Por suerte, como era un PNJ no se dio por enterado y lo dejó correr... pero casi nos lo cargamos accidentalmente en medio de la confusión en la que acabó la batalla. En medio del torbellino final, muchos Irmandiños que no tuvieron la suerte de escapar estaban muertos en el suelo (esperando sentados los 5 minutos que especificaban las reglas) y fureon saqueados por los mercenarios más avispados. En mi caso, cuando desistí de perseguir a los últimos Irmandiños y volví atrás para intentar saquear yo algo, resultó que ninguno tenía ya nada, puesto que habían sido saqueados y resaqueados... Fue una lástima.
Y así es como transcurrió la que quedaría para la posteridad como "La Batalla del Cruce", contienda épica donde las haya y desde luego, la mejor en la que participaron los Pepinos y yo mismo.
Tras la batalla fuimos reemplazados en el punto II por los otros 2 comandos de mercenarios que estaban en la reserva y nosotros subimos hasta la puerta del castillo a esperar nuevas órdenes. Y las nuevas órdenes fueron esperar en reserva por si hacíamos falta para reforzar algún punto. Mientras nosotros esperábamos tuvieron lugar otras batallas en los distintos puntos estratégicos.
Un comando de Fonseca destinado en la fuente perdió su posición y los que no fueron muertos tuvieron que huir. Sin embargo, el resto de los soldados de Fonseca, destinados en el Arco hizo una defensa espléndida adoptando una formación en tortuga que resultó ser infranqueable para los Irmandiños. Así pues, todos los Irmandiños atacantes fueron rechazados en los puntos clave, de modo que reunificaron sus fuerzas y se dirigieron a la Atalaya de nuevo para intentar un segundo ataque. Esta vez, con una superioridad numérica abrumadora sobre los soldados de Zúñiga consiguieron vencerles en una lucha que desde nuestra posición se vio realmente épica. Los de Zúñiga lo dieron todo y más, demostrando un valor que los mercenarios no imaginábamos que pudieran tener. Pero al final, los Irmandiños pudieron con ellos capturando a la mitad y matando o haciendo huir a la otra mitad. El vizconde Diego de Zúñiga estaba con sus tropas y también fue capturado, detalle que, suponiblemente, había sido preparado a propósito por la organización.


  • Comida y descanso abortado
Una vez terminada la segunda batalla por la Atalaya, los Irmandiños parecieron retirarse, de modo que en el Ejército Nobiliario también decidimos replegarnos para comer, que ya iba siendo hora. Al igual que el viernes, bocata para comer, aunque esta vez había muchos menos de jamón y la mayoría eran de chorizo o salchichón para desgracia de Moreno. Tras tan opípara comida el sopor postprandial (las ganas de echar la siesta de toda la vida) nos invadió a la mayoría de los mercenarios y nos fuimos a cobijar en el albergue para echar una cabezadita o descansar. Y ya que estábamos allí, algunos nos pusimos a jugar unas cartas. Sin embargo no dio tiempo apenas ni a echar dos manos, porque enseguida nos vinieron a llamar. Los Irmandiños, no contentos con retrasarnos la hora de la comida, venían a fastidiarnos nuestro merecido descanso para reposar la comida. Total, que vuelta a formar para recibir las órdenes de Pimentel.


  • La Batalla de la Explanada
Esta vez nos colocaron a todos los mercenarios juntos. Los 4 comandos fuimos situados en el camino entre el punto II y el punto III, más o menos a la altura de la armería. Los soldados de Fonseca esperaban en el punto III, por donde supuestamente iban a atacar los Irmandiños. El camino entre ambos puntos era importante porque comunica las dos puertas del castillo. El plan para la defensa es simple, formar en tres líneas ocupando todo el ancho del camino para evitar a toda costa el paso de los Irmandiños. Sin embargo, dado el gran éxito que había tenido la emboscada de la mañana, a alguien se le ocurrió que podría repetirse. Desgraciadamente, los helechos de la zona eran demasiado poco frondosos y los elegidos no eran precisamente los más pequeños y delgados. Ver a Hulk escondiéndose entre los helechos fue algo que no tuvo precio. Curiosamente, pese a su envergadura, fue de los que mejor se ocultó gracias a todos los helechos con los que "decoró" su escudo. La escena me recordó inevitablemente a los cómics de Astérix y el camuflaje de los soldados romanos. Al final, ante la imposibilidad de esconder lo que no se puede esconder, desistimos de la idea para volver al plan original.
Para alivio de todos, esta vez los Irmandiños no se hicieron esperar tanto como por la mañana y enseguida tuvimos noticias de ellos. A pesar de lo previsto, no atacaron por el punto III sino que vinieron desde el punto II. Luego nos enteramos de que la organización había decidido preparar una batalla abierta con los dos ejércitos frente a frente en la explanada frente a la armería. La verdad es que era un campo de batalla ideal, la típica planicie con hierba en la que transcurren todas las batallas cinematográficas.
Así pues, bajo las órdenes de los PNJs de cada bando los dos ejércitos nos colocamos en el campo de batalla, frente a frente, expirando sed de sangre por cada poro de nuestra piel. El odio, el miedo, la confianza se podían palpar en el aire. Allí estabamos unos 120 soldados y mercenarios contra unos 90 Irmandiños. Sin duda, la confrontación se preveía épica. En estos momentos previos al combate las consignas de uno y otro lado retumbaban en el aire, pero sin duda "¡Morte ós Irmandiños!" y "¡Morte!" eran los gritos que más alto sonaban.
Debió de ser impresionante para los que observaban desde fuera ver a dos ejércitos tan dispares frente a frente. Por un lado, los soldados y mercenarios, en perfecta formación y con sus tabardos y escudos uniformes. Enfrente, un grupo heterogéneo y bastante desorganizado de Irmandiños, entre los cuales había campesinos, monjes, hidalgos, pesadores, bachilleres... cada uno con un aspecto y un escudo particular. Por unos instantes todos revivimos lo que cada uno debió sentir en su día. Los Irmandiños aterrorizados ante un ejército profesional tan organizado y superior a sus ojos. Los soldados y mercenarios por su parte, con temor también por enfrentarse a una gente que poco tenía que perder, aunque también viéndolos con cierta complacencia al saberse militarmente más preparados. El contraste no podía ser mayor.
Nuestro plan de ataque era simple, mantener una línea de 2, los de delante con los escudos pegados lado con lado, y los de atrás cubriendo la cabeza del que llevaban delante, en una formación casi de tortuga. Con esta táctica, si se hace bien, la primera línea de hombres está casi perfectamente protegida de los ataques enemigos.
En cuanto los PNJs nos dieron la señal, la batalla dio comienzo con algún que otro titubeo. Como los Irmandiños no se decidían, tuvimos que ser nosotros los que tomamos la iniciativa y empezamos a avanzar hacia ellos. Visto desde fuera, tuvo que ser impresionante ver al Ejército Nobiliario cargando contra el Ejército Irmandiño. Al vernos casi encima se decidieron a hacernos frente y en un momento épico los dos frentes se encontraron. Yo me encontraba en primera línea (con la inestimable colaboración de Sandra protegiendo mi cabeza) y lo que se siente en ese momento es simplemente indescriptible. Como mercenarios y soldados entrenados que éramos, y ya con experiencia en batalla de por la mañana, nuestra línea se mantuvo sin fisuras casi de forma perfecta. Los Irmandiños en cambio parecían totalmente desorganizados. Tras un primer momento en el que contuvieron nuestra carga, enseguida se debilitaron y poco a poco, nuestra línea empezó a hacerles retroceder, paso a paso. En esos momentos, cada palmo de terreno ganado sabe a gloria y cada vez te infunde más confianza en la victoria final. Así pues, lo Irmandiños se fueron replegando hasta que llegaron a un pequeño desnivel que hay en el límite de la explanada de la armería. Al llegar a ese punto se vieron obligados a subir el terraplén de espaldas. Una vez allí ya no tenían más espacio para retroceder y algunos empezaron a huir. En ese momento, los que estabamos en el flanco derecho aprovechamos para flanquear a los Irmandiños en el terraplén, lo que provocó una huída generalizada de su flanco izquierdo, mientras que su flanco derecho aún resistía a duras penas nuestro empuje. Justo cuando los que estábamos en el flanco derecho empezamos a perseguir a los Irmandiños huídos, todos empezaron a gritar que pararámos la batalla. Una jugadora Irmandiña había caído mientras huía y varios de sus compañeros le habían pasado por encima haciéndole daño. Por si eso fuera poco, al mirar hacia atrás vemos a Pimentel también sentado en el suelo y sujetándose un brazo. Enseguida supimos que se había dislocado el hombro de forma fortuita debido a una lesión previa. Hubo momentos de confusión y nadie sabía muy bien que hacer. Sin embargo, la organización demostró tenerlo todo previsto y enseguida los de la Cruz Roja se encargaron de todo y rápidamente vinieron las ambulancias a llevarse a los 2 heridos. Sin embargo, la batalla ya se había estropeado, y en más de un aspecto.
Todos sabemos que energúmenos los hay en todas partes. Es inevitable. También en las partidas de rol en vivo. Algunos jugadores se empleaban en las peleas con "demasiada" contundencia, otros no se daban por aludidos cuando los herían, etc. Todo esto no hubiera pasado a mayores, de no ser por los 2 accidentes, que -quiero insistir- fueron totalmente fortuitos, que magnificaron la situación. Eso y que la organización no aplicó tal como había dicho la regla de los 85 cm para las espadas. Las que fueran más largas de esa medida serían consideradas armas a dos manos y sus portadores no podrían llevar escudo. Sin embargo, se le dieron escudos a todos, independientemente de sus espadas. En mi opinión fue ese detalle el que incendió las iras de los Irmandiños y provocó todo el descontrol que vino a continuación. Como dije, debido a los accidentes, todas estas quejas por parte de los jugadores fueron magnificadas y llegaron a oídos de la organización, que de forma cautelar, decidió suspender el juego por lo que quedaba de tarde. Además, también decidieron terminar con las batallas masivas para evitar los excesos de algunos. En mi opinión, esto fue excesivo, porque si bien es cierto que los ánimos estaban algo encendidos entre los jugadores de cada bando, estoy totalmente convencido de que la cosa no hubiera ido a mayores si no llegan a ocurrir los 2 accidentes que ocurrieron.
Pese a todo, hasta que ocurrió lo que ocurrió, la batalla fue épica y hubiera sido una victoria nobiliaria absolutamente memorable por la perfección táctica con la que se consiguió. En ese sentido, aunque a nivel personal disfruté más la Batalla del Cruce, la Batalla de la Explanada fue, sin duda alguna, la mejor por la grandiosidad del enfrentamiento.


  • Cena y Conspiración
Tristes y cabizbajos por lo sucedido nos dirigimos al castillo. Los mercenarios nos refugiamos en el albergue ya que estaba lloviendo y allí pasamos el resto de la tarde socializando un poco. Las cartas de Pepino III ayudaron a mucho en esta tarea...
Y claro, con tanto tiempo disponible, pasó lo que tenía que pasar. Los mercenarios, junto con nuestro manual de jugador y demás material recibimos una tarjetita con nuestro objetivo colectivo. Como mercenarios que éramos estabamos donde estábamos porque Fonseca nos había prometido una paga diaria que llevábamos muchos días ya sin cobrar. Nuestras instrucciones decían que si el sábado no habíamos cobrado, que tal podríamos plantearnos el amotinarnos... Por supuesto, el sábado no nos pagaron lo que nos debían, de modo que empezaron a surgir algunas voces planteando la traición a Fonseca para irnos con los Irmandiños. Ahí comenzó todo el proceso de conspiración que tantas horas se prolongaría. Pero, en lo que fue la tarde, la única decisión que se tomó fue postergar la decisión para después de la cena.
Y con esas nos fuimos a cenar. Al igual que el viernes, el caballo metálico de Coren Grill nos trae pollo asado con patatas fritas. Pero, a diferencia del viernes, esta vez hay demasiada carne y pocas patatas... La cena del sábado nos permitió descubrir la aficción de Pepino X el Sabio por el pan, puesto que él solito se comió 2 bollos de pan. Otros, en vez de comérselo se dedicaron a hacer una guerra de pan entre las mesas, y al final fue Moreno quién acabó sufriendo las consecuencias de dicha guerra en sus carnes...
Esta noche no hubo gaiteiros ni ninguna otra actividad preparada por lo que, a eso de las once y poco, los mercenarios nos fuimos retirando de forma un tanto sospechosa, para ir todos a deliberar al albergue. Visto en perspectiva, tuvo que ser tremendamente cantoso para los soldados vernos marchar a todos juntos con aires conspirativos...
Ya en el albergue, y con la mayoría de los mercenarios allí reunidos comenzaron las largas conversaciones para decidir que hacer. Sin embargo, antes de llegar a tener ningún plan definitivo (aunque sí muchas ideas) apareció Pimentel -con su brazo en cabestrillo- con una cajita llena de maravedíes. Nunca supimos realmente cuántos maravedíes había en la caja (pese a algunos intentos por parte de Contable de contarlos...) pero Pimentel nos dijo que muchos, los suficientes para cubrir la paga que se nos debía y algo más. A cambio de ello, debíamos seguir fieles a Fonseca y defender el castillo. Esto provocó aún más disparidad en las opiniones del grupo, ya que unos querían quedarse el dinero y traicionar de todos modos a Fonseca, otros abogaban por permanecer fieles a nuestro señor ya que para eso nos pagaban, y otros queríamos traicionar a Fonseca, a los Irmandiños y quedarnos el castillo para nosotros. Sin duda, éste último hubiera sido el mejor plan y el que hubiéramos puesto en práctica de no ser porque tras los incidentes de por la tarde la organización iba a cambiar las reglas de batalla. Y eso nos estropeó toda nuestra estrategia. Desde el primer momento lo que estaba claro es que la traición estaba presente en el espirítu de nuestro grupo, pues para algo eramos jugadores mercenarios. Y claro, queríamos traicionar a toda costa. La cuestión era como hacerlo, si ir hasta el campamento Irmandiño por la mañana, o incluso por la noche, si unirse a los Irmandiños una vez estuvieran en el castillo... Al final, el debate sobre lo que íbamos a hacer el domingo se prolongó hasta altas horas de la madrugada y tras varias docenas de cambios de plan al final se decidió enviar a un par de nuestros hombres al campamento Irmandiño para negociar nuestra adhesión a ellos a cambio de un determinado precio. Nuestra traición tendría lugar por la mañana, para lo cual tendríamos que madrugar y estar muy atentos a los soldados para que no nos pillaran antes de poder huir del castillo. Una vez cerrado más o menos el plan, pudimos al fin dormir un poco, aunque muy poco de hecho.


(Continuará...)

Irmandiños: A Revolta
Crónicas de un mercenario (I)
Crónicas de un mercenario (III)

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