El sábado tuve ocasión de asistir a una boda que me sorprendió muy gratamente. A estas alturas ya está uno acostumbrado y quemado de asistir a este tipo de eventos y no se espera nada nuevo porque siempre es lo mismo. Sin embargo, esta fue distinta en muchos aspectos y debo decir que me encantó.
La boda en cuestión era del hijo de una amiga de mi madre. Se que suena extraño, pero el caso es que el novio es como un primo para mí, ya que aunque ahora no tenemos mucho trato, ya que el vive en Suiza y yo en España, de pequeños estuvimos muy unidos, ya que mi madre me dejaba muchas veces en casa de esta amiga suya mientras iba a trabajar.
La ceremonia oficial tuvo lugar en Suiza, y se casaron por lo civil, nada de iglesias. Sin embargo, para celebrar el enlace se vinieron a Galicia con sus amistades más cercanas. El banquete se celebró en Louro, en un pequeño restaurante al lado de la playa llamado A Vouga. En total, éramos menos de 40 personas, básicamente los amigos y la familia más cercana. Sin embargo, dada la naturaleza del enlace, él hispano-suizo, ella tailandesa-suiza, allí se habló de todo: alemán, tailandés, italiano, español y gallego. Todo muy multicultural que dirían algunos.
Huyendo de los convencionalismos, el novio vestía un traje color granate y la novia un vestido color salmón.
Pero lo que me sorprendió más fue que durante el banquete no solo comimos, sino que además jugamos. Entre plato y plato se hacían pequeñas pausas y los padrinos procedían a explicar en que consistía cada juego, primero en alemán y luego en español. Así se hicieron 2 sorteos, donde se dieron premios tan suculentos como un lavavajillas (un estropajo), una máquina de escribir (un lápiz) y otras maravillas. Antes de los postres la madrina eligió a unos pobres incautos (entre ellos yo) a los que les ató un cordel con un corcho en su extremo a modo de cola, con el objetivo de que intentasen apagar unas velas colocadas en el suelo. Por supuesto, a mí se me quemó el cordel antes de conseguir apagar la vela... Después de los postres, la novios tuvieron que darse de comer a ciegas, los padrinos y el novio sufrieron un ataque con pistolas de agua, etc. Desde luego, no hubo momentos para el aburrimiento.
La comida también estuvo muy bien. Para empezar unas cigalas y bogavante, seguido de salpicón de marisco, que dentro de lo bueno, quizá fue el plato que menos me gustó. Después un sorbete de limón delicioso. Y para terminar rape a la gallega y solomillo con salsa de champiñones. Aunque me costó muchísimo, hice acopio de valor y terminé todos los platos, porque desde luego, lo merecían.
Tras los postres y algunos juegos, vino el temido baile y servidor tuvo que sufrir que la madre del novio lo sacase a bailar un merengue. Sin embargo, el primer baile fue para los novios y fue el momento más emotivo de la celebración. Los padrinos, haciendo un alarde más de originalidad, repartieron el típico cacharrito con el que todos hemos jugado en la infancia y que es un aro que se moja en agua con jabón y al soplar permite hacer burbujas, pero no recuerdo ahora su nombre. Pero, en cualquier caso, fue precioso e inolvidable ver a los novios bailando en medio de un mar de burbujas.
Más tarde, otro de los momentos culminantes fue cuando los hermanos de la novia nos enseñaron a todos a bailar la polka, no sin gran esfuerzo. Pero, al final, todos acabamos formando un corro y bailando la polka, que por cierto, me encantó y pienso repetirlo.
Realmente se puede decir que fue una boda (aunque sin boda propiamente dicha) preciosa, la mejor de todas en las que he estado. De modo que si un día, decidiese casarme, no me cabe duda de que querría que mi boda se pareciese a esta.
PD: Y por si fuera poco, he descubierto una nueva fantasía sexual: beneficiarse a la dama de honor en algún momento de la boda... (quién no lo ha deseado alguna vez? ;P)
La boda en cuestión era del hijo de una amiga de mi madre. Se que suena extraño, pero el caso es que el novio es como un primo para mí, ya que aunque ahora no tenemos mucho trato, ya que el vive en Suiza y yo en España, de pequeños estuvimos muy unidos, ya que mi madre me dejaba muchas veces en casa de esta amiga suya mientras iba a trabajar.
La ceremonia oficial tuvo lugar en Suiza, y se casaron por lo civil, nada de iglesias. Sin embargo, para celebrar el enlace se vinieron a Galicia con sus amistades más cercanas. El banquete se celebró en Louro, en un pequeño restaurante al lado de la playa llamado A Vouga. En total, éramos menos de 40 personas, básicamente los amigos y la familia más cercana. Sin embargo, dada la naturaleza del enlace, él hispano-suizo, ella tailandesa-suiza, allí se habló de todo: alemán, tailandés, italiano, español y gallego. Todo muy multicultural que dirían algunos.
Huyendo de los convencionalismos, el novio vestía un traje color granate y la novia un vestido color salmón.
Pero lo que me sorprendió más fue que durante el banquete no solo comimos, sino que además jugamos. Entre plato y plato se hacían pequeñas pausas y los padrinos procedían a explicar en que consistía cada juego, primero en alemán y luego en español. Así se hicieron 2 sorteos, donde se dieron premios tan suculentos como un lavavajillas (un estropajo), una máquina de escribir (un lápiz) y otras maravillas. Antes de los postres la madrina eligió a unos pobres incautos (entre ellos yo) a los que les ató un cordel con un corcho en su extremo a modo de cola, con el objetivo de que intentasen apagar unas velas colocadas en el suelo. Por supuesto, a mí se me quemó el cordel antes de conseguir apagar la vela... Después de los postres, la novios tuvieron que darse de comer a ciegas, los padrinos y el novio sufrieron un ataque con pistolas de agua, etc. Desde luego, no hubo momentos para el aburrimiento.
La comida también estuvo muy bien. Para empezar unas cigalas y bogavante, seguido de salpicón de marisco, que dentro de lo bueno, quizá fue el plato que menos me gustó. Después un sorbete de limón delicioso. Y para terminar rape a la gallega y solomillo con salsa de champiñones. Aunque me costó muchísimo, hice acopio de valor y terminé todos los platos, porque desde luego, lo merecían.
Tras los postres y algunos juegos, vino el temido baile y servidor tuvo que sufrir que la madre del novio lo sacase a bailar un merengue. Sin embargo, el primer baile fue para los novios y fue el momento más emotivo de la celebración. Los padrinos, haciendo un alarde más de originalidad, repartieron el típico cacharrito con el que todos hemos jugado en la infancia y que es un aro que se moja en agua con jabón y al soplar permite hacer burbujas, pero no recuerdo ahora su nombre. Pero, en cualquier caso, fue precioso e inolvidable ver a los novios bailando en medio de un mar de burbujas.
Más tarde, otro de los momentos culminantes fue cuando los hermanos de la novia nos enseñaron a todos a bailar la polka, no sin gran esfuerzo. Pero, al final, todos acabamos formando un corro y bailando la polka, que por cierto, me encantó y pienso repetirlo.
Realmente se puede decir que fue una boda (aunque sin boda propiamente dicha) preciosa, la mejor de todas en las que he estado. De modo que si un día, decidiese casarme, no me cabe duda de que querría que mi boda se pareciese a esta.
PD: Y por si fuera poco, he descubierto una nueva fantasía sexual: beneficiarse a la dama de honor en algún momento de la boda... (quién no lo ha deseado alguna vez? ;P)
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